Informe presentado por la Conferencia Episcopal Argentina acerca de los aspectos de la labor evangelizadora de la comunidad cristiana presente a lo largo y ancho del territorio de la República Argentina.
COMPARTMOS LAS CONCLUSIONES:
El proceso sinodal nos ayudó a despertarnos. La instancia de preparación de los aportes al Sínodo 2021-2023 ha generado en sí misma un dinamismo de participación a través de
equipos convocados ad hoc y contó también, en muchos casos, con el servicio de los Consejos
Pastorales y Presbiterales de cada diócesis. Estas páginas apenas pueden expresar la riqueza
de la vida comprometida y la tarea emprendida: consultas a presbíteros, a la vida consagrada,
a los fieles que participan en las parroquias, escuelas católicas, movimientos y asociaciones;
pero también la búsqueda (muchas veces a tientas) de lograr escuchar a los que transitan nuestras calles, los que viven en zonas rurales o barrios populares, las personas que están enfermas
o privadas de su libertad, los jóvenes, entre otros. Lo que no alcanza a ser reflejado en estas
líneas ilumina igualmente el camino propio de cada diócesis.
Los informes diocesanos han expresado que los modos de eclesialidad previos al sínodo enriquecen u obstaculizan el camino sinodal actual. Algunos pocos expresan cierta desconfianza o resistencia. Pero para la gran mayoría, la experiencia de la escucha, del caminar
juntos y de la celebración compartida en este proceso ha sido motivo de alegría, de encuentro
y renovación, dando origen a nuevos espacios de la experiencia eclesial y misionera.
En ocasiones queda un sabor amargo de no haber llegado a todos o de no haber podido
sostener el proceso como hubieran deseado: la pandemia con sus consecuencias de aislamiento, enfermedad y el dolor por la pérdida de familiares y amigos, dificultó algunas experiencias sinodales.
Si tuviéramos que señalar los temas más importantes de la síntesis, señalaríamos los
siguientes (el orden podría cambiar): la escucha, el diálogo y la inclusión son reclamos para
vivir dentro y fuera de la Iglesia, como necesidades cruciales de este tiempo. Otro tema fundamental es el clericalismo, que nos hace pensar en el manejo del poder en la Iglesia como
una cuestión que amerita estudio, conversión y cambio en la cultura eclesial. Un tercer asunto
fuerte, que está relacionado con el poder y la corresponsabilidad, es el protagonismo de las
mujeres en la Iglesia: se trata de una cuestión de justicia y es también un reclamo fuerte en las
comunidades. Un cuarto tema es el de las celebraciones, se ansía que sean más festivas, significativas e inculturadas, retomando santos, devociones, símbolos y expresiones de las distintas
regiones de nuestro país. Un quinto tópico es el de la formación: está emergiendo un nuevo
paradigma eclesial para el cual ni los laicos ni los ministros ordenados estamos formados para
llevar adelante. En sexto lugar, está la cuestión de los jóvenes; las comunidades experimentan
que no sabemos recibirlos o bien que los jóvenes no se acercan porque no perciben la acogida
que esperan. Finalmente tenemos que consignar el tema de la espiritualidad sinodal, transversal a todos los anteriores, entendida como el espíritu que nos anima a renovarnos y hacer
los cambios necesarios para vivir una Iglesia más parecida a la propuesta de Jesús.
Sin embargo pese a las dificultades, los espacios de encuentro, asambleas, sínodos diocesanos dan cuenta de una Iglesia que sueña ser más evangélica y quiere reconocer a Dios que
se hace presente en lo cotidiano de nuestra historia, que abraza cada realidad y nos regala los
dones necesarios para ponerlos al servicio de la Iglesia y de la sociedad. Por eso podemos decir
que tanto cuando el Sínodo nos ayudó a descubrir nuestras fortalezas como cuando iluminó
nuestras debilidades en torno a la vivencia, transmisión y compromiso de la fe, ha sido un
motivo de acción de gracias.
Soñamos con una Iglesia más sinodal, más misionera, que pueda solucionar la falta de
escucha y de participación, caminando juntos. Al hacer partícipe al pueblo, la experiencia sinodal
es una alegría en sí misma. Requiere una conversión espiritual, intelectual y pastoral, porque
la santidad es el horizonte de la sinodalidad.
El camino sinodal es un camino lento y muchas veces nos es difícil aceptar los cambios necesarios que descubrimos o entrevemos en la escucha al Santo Pueblo fiel de Dios. Por eso queremos renovar
nuestra confianza en el Señor que se acerca y, mirándonos en María, renovar la esperanza. Como ella,
también nosotros buscamos guardar y meditar este camino sinodal en nuestras comunidades, salir al
encuentro de los demás y proclamar que sólo abriéndonos a Su presencia amorosa podremos renacer una
vez más y proclamarlo con alegría.
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